Andando yo por
mis jardines, uno de mis criados, corriendo, me vino a avisar.
-Señor, un hombre ha venido en su busca. Está en el salón esperándole.
Mi mayordomo fiel desapareció entre los manzanos que en mis
tierras había. Terminé de fumarme el cigarrillo, me coloqué bien la chaqueta y
fui caminando a paso lento. De camino a la puerta, miré a las grandes ventanas
del salón y vi una sombra que cualquiera hubiera jurado que era la muerte sin
guadaña, aunque no me preocupe.
Llegué al gran salón.
Cuando entre había un señor de avanzada edad sentado a mi viejo piano. Le ofrecí
una copa de vino y, cogiendo una silla, me senté a su lado.
-¿Sabes tocar el piano?- le pregunte mientras ponía la mano
dispuesta a tocar acordes.
-no, por desgracia no.- me contesto ese hombre entre sorbos
dados a la copa.
-¿a qué ha venido?
-Siento mucho esto. Su padre ha muerto.
Esas palabras se clavaron en mi corazón como puñales en
llamas. A pesar de que mi relación con mi padre no fuera muy grande, no nos veíamos
sino una vez al año y era por navidad, me afecto la perdida, a pesar de todo,
era mi padre y me crie junto a él.
-Sé que no le consolará saber que su padre le ha dejado toda
su fortuna, pero mirando esta casa, no le hace falta más dinero.- me dijo ese
hombre completamente vestido de negro.
En todo tenía razón, tenía una vasta fortuna y no me
importaba que mi padre me hubiera dejado otra mayor o no.
Pasamos un buen periodo de tiempo, él consolándome y yo
bebiendo, y como a la hora él, cogiendo sus cosas, se disponía a irse, pero
justo antes, me dio las llaves de la casa de mi padre.
Quería recordar
viejos tiempos, cuando era niño y todo era luz y color, llamé a mi mayordomo y
le dije que pidiera un carro y me preparara una gabardina para resistir el
frio, la casa de mi padre estaba algo alejada del pueblo más cercano y, además,
metida casi en la montaña, el frio que allí hacía por las noches no se podía explicar
con palabras.
Llegué a aquella casa vieja y de destartalado aspecto,
aunque para ser sinceros, aquella casa había soportado tanto el tiempo como las
tormentas, le faltaba mucho para caer.
Entré e intenté acordarme de la disposición de todo en
aquella casa. Logre llegar a la primera sala, donde mi padre se reunía con sus
amigos. Vi todos los cuadros que tenía y recordé su manía de poner un papel,
escrito a máquina, donde ponía la información de ese cuadro: título, autor,
fecha y una pequeña descripción. Miré los que ya conocía para ver si había cambiado
la descripción, pero no.
En uno salía el mismo, y debajo:
Amigo
bajo un árbol en primavera
Javier
Afonso Romero
12/5/1835
Este
cuadro está pintado por una no mi grande
Amigos,
una tarde la cual salimos a caminar
Por
los jardines de mi castillo.
En otro ponía:
Mujer
vestida con ropa nueva blanca
Javier
Afonso Romero
09/9/1823
Este
cuadro fue pintado en el cumpleaños
De
mi mujer por mi fiel amigo Javier.
Y uno que mi padre quería mucho:
Día
de tormenta: Tornados y Truenos.
Javier
Afonso Romero
03/4/1859
Cuadro
pintado en el crepúsculo del día
Mientras,
desde mi salón, mirábamos
La
Tormenta Solar a la cual se le llamaría,
Posteriormente,
“evento Carrington”.
En ese momento me
cansé de ver la sala y quise ir a mi habitación, la cual estaba en el piso de
arriba y esperaba que no hubiera cambiado. Cuando fui a subir las escaleras me
di cuenta de que justo al final de las mismas, había un cuadro nuevo, un cuadro
que nunca había visto yo. Me acerqué y acerqué el candelabro para ver hasta el más
mínimo detalle. Era el cuadro de una joven mujer, muy guapa y de pálida piel. Ojo
claros de un tono turquesa que nunca antes había visto. Rubia y algo delgado. Nunca
antes había visto a una mujer tan bella como la pintada en aquel cuadro, parecía
que iba a hablarme. Con la mirada perdida en sus labios y sus grandes
pendientes, estuve unos minutos. Cuando recobré el sentido, busque el clásico papel
donde la información se congregaba. No estaba, seguramente, a mi padre, no le
dio tiempo de escribirlo, el cuadro parecía nuevo y seguramente no tuvo el
tiempo suficiente como para escribir la información.
Fui hasta mi habitación
y vi como todo estaba exactamente igual que hacía 10 años, cuando apenas
contaba con 16 años. Me acosté en la cama, ni una mota de polvo había, mi padre
era un obsesivo con la limpieza, no soportaba ver ni una sola mota de polvo. Sus
criados estaban limpiando todo el día sin descanso. Pensando aun en la muerte
de mi padre y en aquel cuadro, del cual me había enamorado, me deje dormir.
A la mañana siguiente, cuando el sol entro por las ventanas,
me despertó un leve ruido de quejidos. Sonaba como si una mujer gimiera,
intentando evitar el llanto. Corrí hasta la barandilla para ver quién estaba en
el salón. Miré y no vi a nadie. Me dispuse a bajar las escaleras, pues se oía más
fuerte ese gemido, pero volví a mirar al cuadro. Parecía que me seguía con la
mirada, esos ojos tan hermosos y esa piel tan magnífica. En ese momento me
acerqué un poco más al cuadro, parecía llorar, acerque la mano hasta la cara de
la joven, entonces noté su respiración, noté las lágrimas de la joven cayendo
por sus mejillas y noté el calor de su piel. Pensé que era mi imaginación y sin
prestarle atención di media vuelta y corrí hasta llegar al piso inferior,
cuando llegue vi en el despacho de mi padre a una mujer sentada en su silla,
aunque cabizbaja y llorosa.
-¿Quién eres tú y que haces en mi casa?- Pregunte a viva
voz, pero no recibí ninguna contesta. -Contesta, ¿Quién eres?- no me contesto y
tuve que acercarme, aunque algo temeroso.
Cuando ya estuve
a nada de tocar su hombro, levanto la cabeza, la reconocí: era la chica del
cuadro, pero solo tenía una diferencia, sus ojos, sus ojos turquesa, de los
cuales yo me había enamorado no los tenía, la tenía marrón. Ante la presencia
de esa mujer, corrí hasta el cuadro para asegurarme que era ella, cuando mire
el cuadro, esa mujer no estaba. El cuadro estaba vacío. Me acerqué aterrado a
la mujer que miraba fijamente a la máquina de escribir de mi padre, la cual tenía
un papel. La joven cogió el papel y lo dejo sobre la mesa, girado hacia mí, me
acerque y empecé a leer, era la nota que pertenecía al cuadro y decía:
Mujer
de los ojos turquesa
Javier
Afonso Romero
20/8/1812
Este
cuadro fue pintado justo después de que la joven,
Mi hija, saliera de la operación de vista.
A
las dos semanas la joven murió por no resistir
El
trasplante de retinas.
Esa joven era mi
hermana. No la conocí nunca, murió antes de que yo naciera, pero si había oído hablar
de ella, justo en el momento en el que volví a mirar a ella, no estaba, no había
nadie en la casa, solo yo. Cuando recorrí toda la casa, intentando encontrar a
mi hermana, quería preguntarle muchas cosas, pero también estaba asustado
puesto que no era ella, era su fantasma o su pintura. Todo era muy raro.
Cuando llegué a mi cuarto, miré en la cabecera de mi cama, había
un cuadro, un cuadro donde había un vacío, solo estaba el decorado de fondo. Me
acerqué y miré la nota que tenía en la parte baja:
Tiempo
y Soledad
Javier
Afonso Romero
23/1/1872
Este
hombre murió pocos días después de su padre,
Así,
dejaba atrás toda su fortuna y su falta de amor
Hacia
su familia. Se egocentrismo no cabía en
Este
reducido lienzo.
Me giré y cuando
me quise dar cuenta, algo me empujó hasta llegar a la cama. Me intenté agarrar
a todo, pero no pude, tiraban de mi demasiado fuerte. Cuando me quise dar
cuenta, estaba dentro del cuadro, no podía moverme, no podía salir de allí. Entonces,
en mi habitación entro el hombre que me había dado la noticia del fallecimiento
de mi padre. Se acercó al cuadro y tocando el marco dijo: “mi mejor obra. “
Mientras vi que, cuando se iba a ir cerró la puerta de mi cuarto, cuando me
fije, en la puerta había un papel, en ese papel estaban los nombres de mis
familiares, y sacando una pluma del bolsillo tacho mi nombre poniendo justo al
lado una firma. La firma de la muerte:
“Javier
Afonso Romero”
Con especial cariño queda, este cuento dedicado a las dos personas sin las que la vida del protagonista de mi vida, no seria lo mismo. gracias: SilentShadow12 y Tornado5555.